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JUEGO DE OJOS
Bienaventurados los pobres...
Por Miguel Ángel Sánchez de Armas
"El señor Don Juan Robres, con caridad sin igual, hizo este santo hospital... Y también hizo a los pobres".
Atribuido a Ruiz de Alarcón
"El señor Don Juan Robres, con caridad sin igual, hizo este santo hospital... Y también hizo a los pobres".Yo no soy de los que piensan que el señor Secretario
de Economía exagera cuando dice que hay mexicanos que se están saltando una
comida y niños que llegan a la escuela con sólo una taza de té en el estómago. Lo
que me tiene con la boca abierta es que don Gerardo y el Presidente hayan
descubierto que una porción mayoritaria de la población de la decimotercera
potencia industrial del planeta vive en la miseria y, a falta de proyecto, ideas
y propuestas, hayan incorporado este dato a la campaña de propaganda que
pretende enmendar, por la vía cosmética, una crisis de la que la clase
política, y no “factores externos”, es solidaria responsable.
Ruiz Mateos es el deleite de los
columnistas políticos. Casi cada vez que dice algo en público da sustancia para
un alud de análisis. No recuerdo un caso parecido desde que el llorado Oscar
Flores Tapia deleitara al respetable. Es tanto así, que he llegado a pensar que
en realidad desempeña deliberadamente un rol distractor diseñado en el “war
room” de Los Pinos.
Previo a su hallazgo de los pobres, Ruiz
Mateos aseguró el 19 de febrero que antes de Calderón (presumiblemente durante
el sexenio de Fox) la penetración del crimen organizado en “las entrañas” del
gobierno era tan seria, que “el próximo presidente de la República iba a ser un
narcotraficante”. El 11 de marzo fue contundente en garantizar que “nada
detendría” el apoyo de 40 mil millones de pesos para defender a la pequeña y
mediana empresa y celebró la salvación de 100 mil empleos. El 16 de marzo nos
insufló de fervor patrio con el anuncio de las “represalias” asestadas a los
gringos por incumplir los términos del TLC (“represalias” de las que nadie ha
vuelto a hablar, por cierto) y el 28 de julio fue al Senado con la buena nueva
de que la crisis mundial y doméstica había tocado fondo y que las políticas a su
cargo habían permitido conservar un millón 100 mil empleos. Uno se pregunta en
qué momento de la actual administración, pese a las hazañas antes descritas, el
número de pobres pasó de 14 a 20 millones, según admisión del propio Calderón
el 3 de octubre. Habrá que estar sintonizados para escuchar la siguiente
explicación de don Gerardo.
El problema de los tecnócratas es
que operan en la asepsia intelectual y política. Perciben el efecto (el
crecimiento de los pobres), pero son incapaces de ligarlo a la causa (pobres
políticas, corrupción, impunidad, desigualdad, favoritismos). Proponen su solución (IVA generalizado más 2% al
que ya existe) y si la realidad no se cuadra (rechazo colectivo), peor para la
realidad. Como son administradores coyunturales y no estadistas, no pueden
encabezar el gran movimiento popular que las circunstancias del país exigen y
que debiera iniciar con el reconocimiento de lo equivocado y lo torcido para
sanarlo.
Por ejemplo, para gastos de “la
transición” el presidente electo Calderón gastó 15 millones de dólares de los
que no se rindieron cuentas, según revela el reportero Daniel Lizárraga en un
libro de próxima aparición. Para los mismos fines, el presidente electo Obama
dispuso de cinco millones de dólares, etiquetados a partidas específicas. Allá
los ricos prudentes, acá los pobres manirrotos. El país es rehén de camarillas
sindicales corrompidas hasta el tuétano y el gobierno busca alianzas con ellas
en lugar de llevarlas ante la ley. El sistema de recaudación es uno de los más
ineficientes y menos modernos, pero la autoridad prefiere no tocar a los
privilegiados y carga la mano a los indefensos. Padecemos una clase política ineficiente
y vampiresca que no rinde cuentas ni las rendirá pronto, y el gobierno prefiere
responsabilizar de nuestros males a “las crisis que nos llegan del exterior”
Desde la óptica tecnócrata, el mundo
se arregla con modelos econométricos. Nada de cursilerías como la sangre, el
sudor, el trabajo y las lágrimas ofrecidas por un Churchill para salvar a su país,
ni del compromiso personal de un Cárdenas colocado al frente de ejidatarios y
obreros para repartir la tierra y nacionalizar el petróleo. ¿Alguien esperaría
que el Presidente, indignado por el estado de cosas, anunciara la reducción de
los salarios del gabinete a la mitad, la inscripción de todos los funcionarios
en el ISSSTE como única prestación, el corte de teléfonos celulares y el
traslado de gastos de comida y transportes al bolsillo de la aristocracia
administrativa, cargos a funcionarios sospechosos de corrupción y señalamiento de
responsabilidad para altos políticos del pasado inmediato, incluyendo a ex
presidentes? ¿Podríamos esperar que el Senado anunciara la venta a
particulares, para ahorrar recursos, del edificio que se está construyendo en
la esquina de Reforma e Insurgentes a un costo multimillonario justo a la mitad
de “la crisis que nos llegó del exterior”?
Se termina el espacio y esta lista
de buenos e ingenuos deseos podría continuar para siempre. Todos sabemos qué es
lo que se debe hacer para recuperar el rumbo de México, pero ello requeriría de
verdaderos dirigentes, mujeres y hombres que piensen primero en el bien del
país y del pueblo antes que en sus propios intereses y sean capaces de
transmitir emoción a las mayorías y detonar movimientos populares. Usar el
nombre de los pobres en vano para justificar el fracaso y la pérdida de rumbo
es una evidencia más del terrible estado de cosas al que hemos llegado.
Miguel Ángel Sanchez de Armas
Profesor - investigador en el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP Puebla.
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